lunes, 1 de febrero de 2010

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carolina calvache rubio
erika bastidas morales
10-1

iglesia imperial


La iglesia paso de ser un movimiento perseguido ha ser una institución que Constantino, al llegar al trono (323d.C) le dio carácter de institución de Estado.
En el seno de la iglesia aparecieron cambios en la estructura tradicional de la iglesia en sus comienzos; Dos generaciones después de Constantino aparecieron las imágenes en las iglesias, La relación entre el Estado y la Iglesia
En la relación entre el Estado y la iglesia sucedieron una serie de fenómenos controversiales.
Los templos cristianos fueron sostenidos por el tesoro publico y estos beneficios eran administrados por el clero, obispos y las diferentes jerarquías.
Como elementos positivos del cristianismo como religión de mayor influencia se pueden citar: la abolición de la crucifixión como instrumento pena de muerte, el infanticidio se freno y reprimió. La influencia del cristianismo impartió un carácter sagrado a la vida humana, el trato de los esclavos llego a ser mas humano (se les otorgaron algunos derechos legales), los sangrientos juegos de gladiadores se prohibieron. (Esto fue en Constantinopla, nueva capital del imperio romano; En Roma se suprimieron en el 404 d.C)
Muchos buscaban ser miembros de la iglesia por los beneficios que pudieran obtener de esto.
Alrededor del 405 d.C, en los templos comenzaron a adorarse y rendirle culto a las imágenes y mártires.
A esta etapa de la iglesia se le suele llamar la iglesia imperial.
Un proceso político se estaba dando en el imperio romano, el distanciamiento del imperio romano de occidente, con capital en Bizancio y con la figura del patriarca como líder y en contraposición con el imperio romano de occidente, en donde la figura del "papa" empezaba a destacarse como autoridad máxima

la iglesia primitiva


En los evangelios la expresión "Iglesia" aparece sólo dos veces. En Mt 18,17 se refiere a la comunidad local al tratar la corrección fraterna, y en Mt 16,18 recuerda que Jesús habló de la Iglesia en sentido amplio: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Además de esta breve referencia terminológica al ministerio de Jesús, en la segunda mitad del siglo i, Ef 5,25 afirma: "Como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella". De esta forma germinal se expresa la relación fundadora, originaria y fundante entre l Jesús y la Iglesia. Ya en los inicios del siglo ii, Ignacio de Antioquía habla claramente de la "Iglesia católica" (Smyrn. 8,2), y a finales de este mismo siglo, Celso distingue entre los conventículos gnósticos y "la gran Iglesia" (Orígenes, Contra Celsum, 5,59).
Toda esta etapa configura la Iglesia primitiva en su época apostólica, cuyo testimonio inspirado es el NT (I Inspiración), redactado en su mayor parte en el siglo I d.C. En la primera mitad del siglo II d.C. aún se incorpora al canon del NT alguna obra -posiblemente 2Pe-, en coincidencia con los primeros escritos no canónicos. Algunos de estos últimos, como los "Padres apostólicos" y los ! "Apologetas", sirven de guía teológica para la Iglesia en los siglos sucesivos. Otros son clasificados como /apócrifos e incluyen una teología que es calificada como herética, ya sea gnóstica o doceta. Ya en la segunda mitad del siglo II d.C, se cierra definitivamente tal época, y con l Ireneo (obispo de Lyon en el 177 d.C.), empieza el período propiamente patrístico.


I. EL PERÍODO APOSTÓLICO: CA. 30-65 D.C. 1) La comunidad y su vida. Aunque inicialmente Jesús no tuviese un interés explícito en crear una sociedad formalmente distinta, a pesar de que existía en su predicación y vida una clara "eclesiología implícita" y procesual (cf CTI de 1986, n. 3,2; t Jesús y la Iglesia), muy pronto los cristianos se convirtieron en una comunidad reconocida, en la cual el bautismo tenía la función de designar los seguidores de Jesús. El amplio uso de la expresión koinonia, comunidad/ comunión, en el NT -13 veces en la literatura paulinamanifiesta la forma de vida de estos bautizados, y quizá sea reflejo del nombre esenio de Qumrán dado a su comunidad, yahad: "la única", "la común-unidad"


II. EL PERÍODO SUBAPOSTÓLICO (ÚLTIMO TERCIO DEL SIGLO I) Y POSAPOSTÓLICO (INICIOS DEL SIGLO II). 1) La gran transición. A partir del año 66 d.C. las tres figuras más conocidas de la Iglesia primitiva (Santiago, Pedro y Pablo) ya han muerto como mártires. En este último tercio del siglo 1, más que conocer nuevos nombres de "varones apostólicos", éstos se cubren bajo el manto de los apóstoles ya desaparecidos: de ahí la nomenclatura de período "subapostólico" (cf R.E. Brown). Así, Col, Ef y las cartas pastorales hablan en nombre de Pablo. El evangelio más antiguo, Mc, asume el nombre de un compañero de Pedro y Pablo. Mt se atribuye a uno de los doce, y Lc, al compañero de Pablo. El cuarto evangelio se refiere a la tradición del discípulo amado. Las cartas de Sant, Pe y Jds son ejemplos de una trayectoria subapostólica. En definitiva, el testimonio cristiano del período subapostólico se convierte en menos misionero y móvil, y más pastoral y estable para consolidar las iglesias constituidas en el período apostólico anterior


iglesia en la edad media




Al tratar la edad media , debemos limitar la tentación o de pecar en puntualizar muchos temas que en sí sismos están relacionados. Cada tema es amplio y complejo, pudiendo afirmar que algunos de los eventos gozan hoy de plena vigencia.
La relación de la Iglesia y el Estado, data en primer lugar del año 313 (Edicto de Milán), pero que tomó su fuerza después del siglo VIII. En una parte de Europa se rompe la hegemonía Iglesia-Estado en el siglo XVI con la reforma protestante, y en algunos casos como en Inglaterra el Estado asumió el poder.
Los elementos implicados en la historia de la Edad Media, podríamos señalarlos como los siguientes:
*La fortaleza y expansión del Islam
*El cisma de oriente (Roma - Constantinopla).
*Las cruzadas.
*La Inquisición.
*El asentamiento del feudalismo.
*El nacimiento y aporte de las nuevas ordenes religiosas
*El fortalecimiento del pensamiento cristiano: ciencias, arte, filosofia y teologia.









En todos los países cristianos, ya en la Edad Media, la Iglesia había acabado de organizarse. Todo el territorio estaba dividido en diócesis, cada una sometida a un obispo. Como la Iglesia prohibía el establecimiento de obispados en otros lugares que no fueran una ciudad, los reyes de Alemania habían fundado ciudades para poner en ellas obispos. Cada obispo tenía un territorio muy vasto y una escolta de caballeros, siendo por tanto un gran señor. En Alemania, donde los obispos habían recibido del rey territorios considerables, habían llegado a ser príncipes.
En los campos, los grandes propietarios habían mandado edificar iglesias y las habían dotado con tierras. El sacerdote vivía del producto de aquella tierra, y de las ofrendas de los fieles. Se le llamaba cura, porque tenía el cuidado y la cura de las almas. El territorio sometido a un cura se llamaba parroquia. Todos los aldeanos de la parroquia habían de acudir a su iglesia y obedecer al cura. Todas las aldeas tuvieron su iglesia, donde los fíeles se reunían para el culto; las iglesias tenían un campanario que se veía desde lejos y las campanas se tocaban para anunciar los actos del culto, pilas bautismales para bautizar a los niños, y alrededor de la iglesia un cementerio para enterrar a los muertos. Los aldeanos podían entonces celebrar todas las ceremonias religiosas sin acudir a la ciudad. La iglesia se consagraba a un santo que se adoraba como patrono (protector) de la aldea. Hoy todavía, la fiesta del patrono es la fiesta del pueblo y un número muy grande de pueblos llevan el nombre de su patrono San Juan, San Pedro, San Pablo, San Miguel.
Los obispos y los sacerdotes hacían vida común con los fieles a quienes guiaban, y así eran llamados secular (que vive en el siglo). Los monjes constituían el clero regular (sujeto a una regla). Vivían lejos del mundo, en comunidad, en un terreno extenso. El monasterio comprendía siempre varios grandes edificios, que muchas veces rodeaba un recinto fortificado. Delante se alzaba el hospicio donde se alojaban los visitantes, la morada del abad, la escuela, la iglesia. Detrás el convento, formado frecuentemente por cuatro edificios alrededor de un patio, comprendía el dormitorio de los frailes, las celdas donde trabajaban, el refectorio donde comían, la cocina, el frutero, la despensa, los depósitos, los talleres y la biblioteca. El patio estaba muchas veces rodeado de galerías cubiertas que se llamaban claustros.
Alrededor del convento se alzaban otros edificios, las granjas, los graneros, los establos, el lavadero, la panadería, el lagar; más tarde las viviendas de los criados y de los aldeanos que cultivaban las posesiones conventuales. Era siempre por lo menos un pueblo grande, a veces una pequeña ciudad; más de cien ciudades en Francia, por ejemplo, fueron dominios de conventos -Vézelay, Abbeville, Saint-Maixent-.Los frailes seguían la regla de San Benito, que determinaba el empleo de todas las horas del día. Empezaban antes de amanecer por ir a la iglesia a cantar los maitines. Varias veces al día volvían al templo para otros oficios {prima, tercia, sexta, nona, vísperas). El resto del tiempo lo dedicaban al cuidado de la gente que tenían en el campo, haciendo ornamentos de iglesia, copiando manuscritos. Tenían que obedecer todas las órdenes del abad, casi siempre, un gran personaje que no vivía con los monjes.
Se creía entonces que lo que se daba a. un convento se daba a Dios o a un santo, o al patrono del convento, que sabía agradecérselo al donante. Los donaciones se hacían, no a un fraile o a un abad, sino al santo (a San Pedro, a San Martín). Los fieles, sobre todo los grandes propietarios y sus esposas, daban tierras "por la salvación de su alma" o "por el perdón de sus pecados", o para ser enterrados en la iglesia del convento. Los conventos seguían aumentando sus tierras y se fundaban nuevos conventos.

persecuciones imperiales


Principales persecuciones:

Nerón (54-68). Fue de las más crueles y despiadadas. El motivo fue la falsa acusación a los cristianos del incendio de Roma. En esta persecución murieron los mismos Pedro y Pablo.

Domiciano (81-96). Prolonga la persecución de Nerón, desterrando a los obispos al exilio y extendiendo el derramamiento de sangre fuera de Roma, en el Asia Menor y Bitinia.

Trajano (98-117). Emperador español, no tuvo compasión de la ley existente contra los cristianos, y no mitigó su cumplimiento. Mandó echar a las fieras a miles de fieles, y a los obispos de Jerusalén y Antioquía.

Séptimo Severo (193-211). Tras un período de relativa paz (de Adriano…), lanza un edicto en el que prohíbe bajo graves penas la extensión del cristianismo. Desorganizó numerosas escuelas de catequesis, como la célebre de Alejandría, y multiplicó los martirios en las regiones de África, las Galias y España.

Decio (249-251). Fue quizás el más refinado en su odio hacia los cristianos, cambiando de táctica en su intento de exterminar el cristianismo. No persiguió mediante la fuerza, sino mediante base jurídica. Así, exigió a todos los habitantes del Imperio adorar a los dioses paganos, sabiendo que los cristianos no lo iban a hacer, y teniendo así pretexto para desprestigiarlos.






















tratado de paz:




Batalla de Milvio (312).
Llegado ya el ocaso del emperador Galerio (305-311), y cuando ya el ejército imperial de Majencio dejaba mucho que desear en sanas costumbres, el joven general Constantino decidió dar un nuevo giro y alternativa a este imperio, que amenazaba corrosión. Así, tras la dura batalla del puente de Milvio, Constantino entra victorioso en Roma.

Edicto de Milán (313).
Educado con bravas y nobles cualidades, inculcadas de madre cristiana (con el tiempo Santa Elena), Constantino I, llamado el Grande, dio consistencia el vasto imperio romano, fortificó sus fronteras, y propagó la paz religiosa interior. Así, el año 313, saca a relucir su agradecimiento a Cristo por su educación y su victoria en Milvio, lanzando el trascendental Edicto de Milán, en el que:

- se concedía, de ahí en adelante, la reparación a la Iglesia de todos los daños causados,
- se propone al cristianismo como religión oficial del Estado.

Religión oficial del Estado
Constantino I potenció las escuelas de catequesis y de biblia, edificó numerosas iglesias y basílicas, multiplicó las obras caritativas y sociales, luchó contra los vicios y viejas costumbres, y se aseguró de que sus hijos amaran de igual modo a Jesucristo y a la Iglesia. Finalmente, dividió el Imperio en dos, bajo dos bicefalias, Roma en Occidente y Constantinopla en Oriente, y en el lecho de su muerte recibió fervoroso el bautismo.


siglo de hierro


Dentro de la crisis general que afectó a todo el clero entre los s. IX-XI, reviste un particular relieve la crisis que afectó al papado mismo, sobre todo en el s. X: tal periodo de crisis se denomina con frecuencia con las expresiones siglo de hierro, siglo oscuro, siglo de plomo, etc.

El inicio de la crisis lo constituye la muerte violenta del papa Juan VIII (882): muchos de sus sucesores serán depuestos, encarcelados, asesinados... Los inmediatos sucesores de Juan VIII son pontífices de poco relieve y corta duración: Marino I y S. Adriano III. Esteban V (885-891) consagra en Roma Emperador a Guido de Spoleto, así como Formoso (891-896), al año siguiente, consagra a Lamberto, hijo de Guido. De hecho, el papado está bajo la influencia y el yugo de los duques de Spoleto y trata de liberarse pidiendo ayuda a Arnolfo de Carintia. El fracaso de la intervención de este último provoca unamayor dependencia del papado de los señores de Spoleto y la enemistad duradera de Lamberto hacia el papa Formoso. A la muerte de éste y tras un pontificado de sólo dos semanas (Bonifacio VI), sube al trono pontificio el arzobispo de Anagni, Esteban VI, quien, por influencia de Lamberto de Spoleto, convoca el denominado concilio de los cadáveres: el cadáver de Formoso fue desenterrado, sometido a un proceso (respondía por él un diácono puesto a su lado), condenado, degradado de las dignidades pontificias, colocado en una fosa común y nuevamente desenterrado y arrojado al Tíber; sus ordenaciones se consideraron inválidas. A este episodio siguió una revuelta contra el mismo Esteban VI, que fue arrojado a la cárcel, donde encontró la muerte por estrangulamiento. En el mismo a. 897 se suceden dos breves pontificados: Romano y Teodoro II. Bajo este último se inicia la rehabilitación de Formoso; durante largos años se opondrán los dos partidos de formosianos y antiformos¡anos. Al final del brevísimo pontificado de Teodoro II estalla un cisma en el que dos pontífices, Sergio III y Juan IX, se disputan la sede pontificia. Inicialmente prevalece Juan IX (898900), que intenta una política de moderación y de paz, apoyándose en Lamberto de Spoleto. A la muerte de Lamberto, tras la que se disputan el poder imperial con suerte alterna Berengario y Ludovico III, Roma se cierra en, un particularismo no sólo político, olvidando en gran parte su misión al frente de la Iglesia universal. Políticamente en Roma se afirma la familia de Teofilacto (v.), con cuyo apoyo vuelve del exilio Sergio III, quien se desembaraza del antipapa Cristóbal y del verdadero papa León V, ya encarcelado por Cristóbal. Perteneciente al partido antiformosiano, Sergio III reanuda plenamente la política de Esteban VI, mientras condena todo lo realizado por Juan IX y sus sucesores. Sin llegar a los excesos del concilio cadavérico, restablece las condenas contra los formosianos. En toda Italia, y especialmente en Italia meridional, se despiertan reacciones: constituyen una muestra las obras de Auxilius y Eugenio Vulgarius que, entre otras cosas, reconocen como válidas las ordenaciones de Formoso. Durante todo este periodo el papado está sometido por completo al señor de Túsculo. Sergio III, además de estar ligado por amistad a Teofilacto y Teodora, es tal vez el amante de la hija de ambos, Marozia: de esta unión, según no pocos autores, habría nacido el futuro Juan XI. Sea como fuere es difícil un juicio de conjunto sobre la figura de Sergio III, quien, por otra parte, no fue del todo inactivo en los asuntos propiamente eclesiásticos (se opuso al cisma de Focio en Oriente, reconstruyó la basílica lateranense...). La fuente principal de este periodo es Liutprando de Cremona, que escribe algún decenio más tarde de estos sucesos; pero en él, al gusto por el escándalo se unen fuertes prejuicios de partido. Tras dos pontificados breves y sin historia (Anastasio III y Landón I) sube al trono pontificio Juan X (914918), sobre el que la tradición da generalmente un juicio desfavorable. Se dice que fue elegido con el apoyo de los Teofilactos por ser el amante de Teodora, pero se trata, con toda probabilidad, de una calumnia. De hecho, en Roma no era posible obtener ningún cargo de relieve sin el apoyo de los Teofilactos. Por sus obras se puede juzgar a Juan X como persona enérgica, vigorosa, inteligente. Diácono en Bolonia, arzobispo de Rávena, una vez elegido Papa despliega todas sus energías en varias empresas. Consciente de la dramática situación creada por la presencia musulmana, favorece la formación de la liga a la que dan su apoyo Teofilacto, Alberico de poleto y los bizantinos: la empresa se concluye con la victoria del Garellano (915). Juan X apoya a Berengario, rey del norte de Italia, y le corona Emperador en Roma. A la muerte de éste sostiene los derechos de Hugo de Provenza y establece con él en Mantua un pacto de alianza. Este gesto le acarrea la suspicacia de Marozia, la hija de Teofilacto, que, con su segundo marido, Guido de Toscana, dominaba la situación en Roma desde la muerte de su padre y de su primer marido, Alberico de Spoleto. En un tumulto provocado por las gentes de Marozia se da muerte a Pedro, hermano del Papa y cónsul de Roma desde la muerte de Alberico, y el mismo Papa es encarcelado y poco después asesinado. La figura de Juan X es una de las más atractivas del papado de este periodo: en una época de confusión e inmoralidad, trató de restablecer la disciplina eclesiástica; su error fue basar la idea de una reforma moral y religiosa sobre la autoridad política. Desde la muerte de Juan X, Marozia domina en Roma sin oposición alguna, sujetando a sí el papado. A otros dos pontífices de breve duración (León VI y Esteban VII), designados por Marozia, sucede Juan XI, su hijo. Pero a este apogeo del poderío político de Marozia sigue un rapidísimo declinar. Otro de sus hijos, Alberico, subleva al pueblo con ocasión de las terceras nupcias de Marozia con Hugo de Provenza. Este último se salva con la huida mientras Marozia es encarcelada y Alberico II asume el gobierno de la ciudad que regirá hasta su muerte (954). Ejerce plena influencia sobre los sucesivos Papas designados por él: León VII (benedictino), Esteban VIII, Marino II y Agapito 11, los cuales se dedican a los asuntos eclesiásticos y no ejercen poder temporal alguno. En este periodo se efectúa una profunda renovación monástica, en la que toma parte activa durante un año Odón de Cluny, llamado a Roma por Alberico 11 el 936 y nombrado Archimandrita de todos los monasterios del territorio romano; por su apoyo a Odón, Alberico es designado Cultor monasteriorum. Subiaco reconquista su importancia, en Farfa se intenta la reforma, en Roma surgen nuevos monasterios mientras otros preexistentes son reformados. En este mismo periodo se reanudan los contactos entre el Papado y las Iglesias de fuera de Italia, prácticamente interrumpidas desde tiempos del papa Formoso. Sin embargo, esta situación no perdura más allá de la muerte de Alberico II, que deja el poder a su hijo Octaviano. Al año siguiente Octaviano sucede a Agapito II con el nombre de Juan XII, reuniendo así en una sola mano el poder religioso y el civil. Su joven edad (18 años) y su vida disoluta acarrean un neto empeoramiento respecto a los años precedentes: escándalos y orgías parecen estar a la orden del día mientras se descuida la cura de almas. No obstante, el pontificado de Juan XII marca una etapa histórica: en circunstancias no del todo claras, pide ayuda a Otón I (v.), quien viene a Roma, donde, el 2 feb. 962, es coronado Emperador y recibe el privilegio que le asegura el control sobre la elección papal. Poco después Juan XII manifiesta su descontento ante la dominación alemana, lo que provoca que Otón I convoque un sínodo que procesa al Papa, lo declara depuesto y designa como sucesor a León VIII, un laico, funcionario de la curia. Al año siguiente Juan XII consigue restablecerse en Roma, pero muere en seguida (28 años). No se llama del exilio a León VIII, sino que, sin consultar a Otón, se elige inmediatamente un nuevo sucesor: Benedicto V (llamado el Gramático), hombre de íntegras costumbres y de notable cultura. Su elección no es aceptada por elEmperador, que vuelve a colocar en la sede romana a León VIII y destierra a Benedicto V a Hamburgo, donde muere poco después con fama de santidad. A León VIII sucede Juan XIII (965-972) -obispo de Narni y Velletri e hijo de Teodora la joven, hermana de Marozia- y a éste, Benedicto VI, candidato del partido imperial. Desde la muerte de Otón I, estallan en Roma luchas entre papas imperiales y papas romanos. La facción antiimperial, capitaneada por Crescencio (otro hijo de Teodora la joven), hace prisionero a Benedicto VI, que, poco después, muere estrangulado (974) y coloca en su lugar a Bonifacio Franco (Bonifacio VII); pero este último es expulsado por un legado del nuevo Emperador, Otón II (v.). Se procede entonces a una elección en regla de la que sale elegido Benedicto VII (974-983), el mejor de los papas imperiales: romano, anteriormente obispo de Sutri, Benedicto trabaja sin descanso en pro de la reforma eclesiástica y monástica. Entre otras cosas condena la simonía en el sínodo romano del 981. A este Papa sucede, por voluntad de Otón II, Juan XIV (983-984), quien, al morir el Emperador, es eliminado por Bonifacio VII, que vuelve de Constantinopla, el cual es asesinado por el populacho. Le sigue el largo pontificado de Juan XV (985996), que en algunas listas figura erróneamente como Juan XVI. Elegido probablemente por un acuerdo entre los partidos opuestos, detenta solamente el poder espiritual, mientras en Roma dominan los Crescencios, y se dedica a los asuntos de la Iglesia (piénsese, p. ej., en su intervención a propósito de las disputas sobre el obispado de Reims). A su muerte se consulta al nuevo Emperador, Otón III (v.). Asciende así al trono pontificio Bruno de Carintia (Gregorio V), primo de Otón III, persona inteligente, piadosa y profundamente religiosa: es el primer Papa alemán y cuenta 23 años. Pero Crescencio subleva contra él al pueblo romano obligándole a huir y haciendo elegir en su lugar a Juan Filagato, un calabrés arzobispo de Piacenza, que toma el nombre de Juan XVI. Sólo la intervención directa de Otón III restablece el orden. Pero las grandes esperanzas de reforma se truncan por la muerte imprevista, y probablemente no natural, de Gregorio V. Se cierra así el s. X con la elección de Gerberto d'Aurillac (Silvestre II; v.), que había sido preceptor de Otón III. Ya podía entreverse para el papado la perspectiva de un futuro más sereno, del que se habían ido poniendo las semillas poco a poco. Sin embargo, sólo a la mitad del s. XI el papado es definitivamente liberado de las presiones y de las injerencias de las facciones romanas y reanuda nuevamente con renovado vigor su misión universal. Por esto se puede afirmar que, en realidad, el saeculum obscurum del pontificado no finaliza hasta 1046 (sínodo de Sutri). De hecho, en Roma, apenas muerto Otón III, se disputan el poder las familias nobiliarias, envolviendo en sus disputas a la sede pontificia. S. Enrique II (v.) consigue, no obstante, favorecer la reforma de la Iglesia garantizando la posibilidad de un tranquilo pontificado a Benedicto VIII (1012-24), de la casa de los condes de Túsculo, otra rama descendiente, como los Crescencios, de Teofilacto, aunque enemiga de estos últimos. Mientras tanto se celebra en Pavía un sínodo (1022) cuyo tema principal es la reforma del clero. A Benedicto VIII sucede su hermano Juan XIX (1024-32), y a éste un sobrino, Benedicto IX, joven e indigno. Una sublevación de los Crescencios en 1045 coloca como papa a Silvestre III. Benedicto consigue regresar a Roma el mismo año pero, por motivos no claros, renuncia al pontificado, recibiendo en compensación una fuerte suma de dinero de su padrino, Juan Graciano, quien sube al trono pontificio con el nombre de Gregorio VI: se trata de uno de los promotores de la reforma y se rodea de óptimos consejeros, entre los que destaca el monje Hildebrando (futuro S. Gregorio VII; v.). Pero quedaba en el aire la cuestión del irregular modo en el que la elección pontificia había tenido lugar. El sínodo de Sutri (1046), convocado por el Emperador Enrique III, dirime la cuestión declarando depuestos a Benedicto IX y Silvestre III (mientras Gregorio VI, con toda probabilidad, renuncia al cargo) y nombrando Papa al alemán Suidgero de Bamberg (Clemente II: 1046-47). Con este episodio se cierra definitivamente el periodo más triste de la historia del papado.